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lunes, 22 de marzo de 2010

4to Concurso ~ Ganadores

Primer puesto
Sucesos de vida
Por Gabys
Un frío viento llegaba desde la costa colándose a través de una pequeña abertura de la ventana. María seguía bordando con dedicación la mantilla de su niña recién nacida, quien sólo tenía siete días de vida.María estaba feliz, en su hogar, con su pequeña criatura a su cuidado, esperando a su joven marido para el almuerzo luego del juego de futbol con sus amigos de siempre los días de domingo. Toda su vida había creído que ese sería su destino, pero en ese preciso instante se dio cuenta que había estado equivocada, había mirado fijo a ese punto verde que en cada momento se acercaba más y más a la puerta vidriada de su casa. Ese punto verde se convirtió en la figura masculina de un hombre uniformado, lo sabía muy bien.
El país estaba en movimiento y ella sabía que podía tocarle algo duro que vivir, pero aún así esperaba no hacerlo. Los deseos del pueblo eran que todas sus tierras fueran soberanas, y como fiel esposa de un joven militar entendía lo que debía hacer, pero la preocupación estaba en su mente como un alerta viviente, empujando a su corazón galopar con fuerza contra su pecho. Ella abrió la puerta sin pensarlo dos veces, miro fijo a ese hombre de uniforme, un General según indicaban las insignias colgadas en su pecho. Sus lágrimas no se hicieron esperar cuando este hombre le entrego una carta sellada. Ella lo miró suplicante, pero él no dijo palabra alguna, sólo asintió y calló, el silencio fue extremadamente agonizante, pero era más de lo que se podía esperar.Antes de que éste le diera la espalda por completo ella susurró: —Sólo hace siete días nació nuestra hija. —Él miró sobre sus hombros, sin gesto especifico en su rostro—. Es su deber con La Nación, La Patria se lo demanda.
No se dio cuenta hasta después de cinco minutos que ya no había nadie cerca de ella. La realidad le golpeó el rostro con dureza y cerrando la puerta rápidamente comenzó a correr. Corrió como sus piernas le permitieron ir, como su corazón le permitió latir; corrió en busca de su marido, deseando que la pesadilla terminara, que él se quedara en su casa… Él distinguió a su esposa, quien corría sin cesar hasta llegar a su lado. La estrechó contra su pecho y preguntó qué pasaba, por qué lloraba. Ella sólo le repetía que no se vaya, que no se vaya de su lado. Entonces el hombre vio la carta arrugada en la mano de su esposa María y con delicadeza se la sacó de entre sus dedos. Miró fijamente ese sobre, sabía lo que significaba y entendía el porque su esposa se aferraba a él como si no hubiese mañana. Miró el campo de juego con detenimiento, y sus ojos se encontraron con los de Ismael, su amigo de siempre, éste le dirigió una mirada cómplice, afirmando con su cabeza que entendía lo que sucedía... ese tipo de miradas firmes y solemnes, esa misma mirada que en silencio te dice “con mi vida”. Sin palabras que cruzar, guardó la carta en sus pantalones y tomó a María en sus brazos, llevándosela consigo a su hogar. La recostó en su cama matrimonial y ella suplicó por una promesa, una garantía de que él regresaría entero y a salvo a su hogar, él la beso en los labios y murmuró: “Te lo prometo, por lo que más amamos.” Dirigiendo su mirada a la pequeña cuna, donde su niña aún dormía sin saber que es lo que la rodeaba. Después de una despedida entre lágrimas, promesas y “te amo”, él se cambió y luego de besar a la niña en su cabecita, diciéndole al oído, “mi niña te amo”, se marchó.María lloró, viendo como su marido se iba a entregar su vida en bandeja por un sueño nacional, miró su hogar sintiéndolo vació y notó la camiseta deportiva de su esposo colgada en el borde de su cama. Sin pensarlo fue hasta ella, la tomó en sus brazos y respiró su perfume, el perfume de su esposo, del amor de su vida y el padre de su hija.
Ella pasó semanas arropada con la camisa de su marido, pidiéndole a Dios día a día que él regresará con vida, que volviera a ella, para estar con su familia, para estar con su niña… la única razón por la que todavía se mantenía firme. Él le enviaba diariamente cartas a María, contándole el frió de aquella isla, las lluvias constante, las estrellas resplandecientes, y el deseo de estar allí junto a ella, con su niña en brazos arropándolas a ambas en el silencio perfecto. Las veces que la guerra estaba en un estado máximo de tensión, sólo podía enviarle un pequeño telegrama diciéndole “Estoy bien, Cesar.” Esas simples palabras para calmar las angustias de quienes lo esperaban y amaban, aunque solamente pensaba en dos personas cuando las escribía. Nunca confirmando el temor, la angustia, el dolor, la sangre y la muerte que lo rodeaba constantemente, ni el sonido de las balas y misiles que rompían el aire, no… nunca eso. Él enviaba ánimos, ánimos que sabía que eran falsos por momentos.
La noche en que su hija cumplía dos meses de vida, él se encontraba escribiendo, pero la alarma de ataque lo hizo abandonar esa tarea tan dulce para correr a la lucha.
—Se les ordena a todos que es momento de movilizarnos. Nos dirigiremos a las cero horas en dirección noroeste.
Al escuchar esas palabras unos se movieron y otros se quedaron estupefactos, el ataque sorpresa que estaba acechándolos se encontraba en tal dirección. Cesar sin pensarlo dos veces a voz de grito pidió permiso para hablar. Su capitán sin paciencia lo miró, y espero a que éste hablara.
—La dirección marcada es bajo la línea de fuego Señor, moriremos en el intento.
Nadie habló, sólo el Capitán quien decía tener el poder y el mando, pero la insistencia de Cesar logro abrir la duda en esa cabeza y ordenar el movimiento a una zona segura para todos los del campamento.
Después de esa ardua lucha, entre quien tenía razón sobre lo que se debía y lo que correspondía hacer, Cesar descubrió esa noche que había salvado su vida y la de muchos otros, en el momento que se planteó no seguir las órdenes mandadas. El moverse en la oscuridad siempre le pareció lo normal y lo más seguro. Estaba tras de todo cubriendo a los jóvenes soldados, y sin escuchar sonido alguno, sintió como le clavaban un puñal por la espalda.Cayendo de rodillas, gritó de dolor, nadie parecía haberlo escuchado y la oscuridad lo rodeó desde su interior dejándolo inconciente.Despertó en una carpa de sanidad, viendo la muerte en ese lugar… olor a sangre y el sonido del dolor agonizante.Al lado de su rostro había una carta, informando de su regreso a casa y una medalla otorgada por los acontecimientos de la noche anterior, según él recordaba.
La guerra había sido dada como terminada a los pocos días, se esperaban noticias y las cosas parecían estar en calma. Pero todos sabían que la tormenta solamente estaba esperándolos a la vuelta de la esquina, al ver los pocos rostros que regresaban a casa luego de tal lucha. Muchos de ellos tenían la mirada perdida, como si en su interior su alma se hubiera esfumado por completo, dejando a un objeto inanimado suelto por la vida sin sendero.
Cesar caminó con su bastón despacio, alejándose del andén del tren, subiéndose al primer vehículo que se ofreció en llevar a un “héroe” de vuelta a su hogar.
Cesar descubrió que todo era diferente, tanto lo que lo rodeaba como lo que había en su interior. Sin palabras más que monosílabas, indicó el camino a su hogar. Supo que él jamás sería el mismo, no por completo, porque detrás de esa batalla dejó su vida, su inocente calma y las ganas de luchar por La Patria. Una patria que tal vez nunca reconocería el esfuerzo de un soldado en la guerra; prefiriendo dejar todo como un acto fallido y vidas inocentes perdidas, olvidándolos con el tiempo. Sin darse cuenta Cesar descubrió que su hogar lo esperaba con las luces encendidas esa noche. Con lentitud bajó del vehículo y con una sola palabra de agradecimiento despidió al único que le había tendido una mano desde su regreso.
Cuando estuvo parado frente a frente a esa puerta vidriada se sintió sin fuerzas. Una lágrima se resbaló por la mejilla. María sintió un escalofrió, se giró sobre sus pies y fue hacia la puerta. “Él volvió a casa”, susurró por lo bajo. Y tomando a su niña en brazos corrió hacia allí, abriendo la puerta de par en par, para ver a su amado esposo parado ahí, esperando por ella, por ambas.
Notó como sus lágrimas caían, y la niña sólo se movía entre los brazos de su madre. Una mano fría toco el rostro de la pequeña y el llanto no se hizo esperar, un llanto que podía notarse con alegría y fortaleza, un llanto que volvió a ambos padres a la realidad. Estaba vivo, entero, casi por completo. Se aferraron en un abrazo desesperado, encerrando a la criatura entre sus brazos, y entre besos y lágrimas ese hogar volvió a respirar calma.
—Volviste, cumpliste tu promesa… te amo, te amo…. Cada día fue una tortura… te amo. —Le decía ella, sin aliento.—Las extrañé con ansias todos los días… ambas son mi vida, y lo único que me mantenía vivo en la lucha.
—Me tienes que compensar cada día que te entregaste a tu Patria.
—Entonces podemos discutirlo, porque cada día te lo entregaré a ti mi amada.
Tal vez no sería él por completo, ambos lo presentían… pero aquella oscuridad vivida se reduciría a cenizas, cuando la sonrisa de su hija hiciera brillar cada rincón en ese pequeño hogar que volvía a estar completo otra vez.
Segundo puesto
Sin luna

Por Hikari-chan

El sol de a poco se oculta dando paso al velo nocturno, apacible ella espera que su lugar le ceda, sus albinas pupilas en el hermoso prado se posan. Desea que el día acabe para poder aparecer, mira suplicante al astro dorado, que imponente le devuelve la mirada, por el horizonte se desplaza y ella en el cielo avanza, son amigos, sin él no es nada. Las estrellas se mueven entre las nubes, es verano y el cielo está despejado. Adopta su forma habitual, un delgado cuerpo humano que le permite llenar sus pulmones de aire y sus sentidos de naturaleza; disfrazada en un cuerpo de mujer la luna camina por el bosque, sus largos cabellos con el viento se mueven y con sus pies descalzos por la hierba avanza. El murmullo general se diluye y queda en evidencia su suave voz llamándolo, sabe exactamente a dónde ir, disfruta el trayecto mirando con fascinación las plantas mecidas por la brisa, le gusta sentir el viento acariciando su rostro y el agua de la laguna bañando sus pies. Se sonríe en cuanto las luciérnagas la rodean y se deja caer entre las flores silvestres esperando que él la encuentre. No tarda en divisar cómo ese joven de cabellos castaños y mirada azul camina en su dirección, es el mundo que escondido en un muchacho humano le tiende la mano. Gustosa se la toma, él la estrecha con fuerza y ella acaricia su suave piel inhalando su perfume a bosque. ─No te ves muy bien ─le comenta sobre sus labios ─¿Eso debería preocuparme? Él niega suavemente con la cabeza buscando fusionarse en un beso, desea con locura explorar los cráteres de su boca y tocar la blancura de su cuerpo. Ella le corresponde bebiendo la sabia de sus labios, perdiendo sus manos en la suavidad de sus hebras de arena. Al separase se miran buscando algún cambio, ella sigue tan hermosa como siempre, sus mejillas adoptan un leve carmesí mientras se concentra en los mares de sus ojos. ─Sabes que no podemos seguir así. El daño empeora en cada día que pasa. ─Me encuentro bien ─miente desviando su mirada, ella se cruza de brazos enfadada y contrae sus facciones pensativa. ─Eres su mundo y cuan parásitos sólo te lastiman, son una raza despreciable… ─opina molesta. ─No hables así, soy parte de ellos y ellos de mí. La luna suspira resignada, sus discusiones siempre recaen en lo mismo y a estas alturas comienza a cansarse, son varias décadas de peleas. ─Terremotos, tsunamis, tornados… ¿Crees que no sé lo que significa? ─He enfermado, pero hay quienes se interesan por mí.Ella resopla con incredulidad, está consciente de que su salud se deteriora hasta límites insospechados y le duele en lo más profundo de su corazón pensar que algo malo podría pasarle. Él no dice nada, pero su visión es borrosa, su equilibrio incierto y un fuerte dolor oprime su pecho, sabe que no le queda tiempo, mas una sonrisa se obliga a esbozar. ─El aire se ha vuelto más pesado. A su alrededor todo ha cambiado, la primavera ya no tiene el mismo encanto que en los años pasados, el invierno se vuelve más frío, los veranos más intensos, el otoño más despiadado. Los vientos soplan con más furia, las lluvias azotan iracundas, los mares braman con enojo… En el aire se puede respirar su enfermedad, mientras las ciudades crecen los bosques se pierden, los incendios arrasan con las plantas y cientos de productos nocivos atacan la tierra, muchas razas se extinguen y el Mundo ya no soportará por mucho tiempo, la Luna lo sabe, desde lo más alto del cielo vigila con nostalgia como los montes se desboronan y los glaciares se derriten, claras muestras que el final está cerca. Sus ojos brillan con tristeza y el mundo la tomó por el mentón buscando su mirada, una débil sonrisa se dibujó en los finos labios del chico. ─Mi querida luna, estaré bien, no sufras por mí ─pide con ternura ─no merezco tu dolor, ni tus lagrimas. ─Sufriré, lloraré e incluso moriré por ti ─dice con determinación. ─No puedes morir ─murmura sin borrar la sonrisa de sus labios─ Si mueres ¿Quién iluminara mis noches en soledad? ¿Quién será la musa de los poetas y la envidia de las estrellas? No mueras bella luna. El silencio reina quebrado de cuando en cuando por el canto de los grillos, el mundo no dice nada y la luna sabe que su cuerpo herido le duele, mas el prefiere callar. Ella no puede curar sus heridas ni aliviar su dolor, sólo acompañarlo y derramar lágrimas al escucharlo plañir durante el día, en los que se oculta en las nubes y las estrellas la consuelan cuando rompe en llanto deseando compartir piel a piel aquel sufrimiento. ─No estoy seguro de lo que vaya a pasar, pero si acaso hubiera otra vida la viviré contigo una vez más. Se unen en un abrazo, cuanto se aman. Él respira la frescura de su piel, recorre con sus manos la delgada silueta y ella se refugia en su cuerpo tan firme como los árboles. ─Recuerda que somos parte de todo, yo de ti y tú de mí ─le dice con voz cadenciosa, él asiente y le duele. Como desean permanecer así por siempre, pero el destino es cruel y son pocas las horas que le dan. La luna anhela poder hacer algo por él, más sabe que no está en sus manos salvar a su amado, se aparta buscando sus orbes de cielo y estrecha sus manos de tierra. ─Quisiera quedarme aquí, beber de tu aliento, mecerme en las olas de tus mares, descansar en la calma de tus bosques, dormir sobre las arenas de tus playas, jugar con la nieve de tus montes, vivir tus sueños y naufragar en tus ojos… ─Entonces vive mis sueños y naufraga en mis ojos que yo haré eso en los tuyos. Suavemente y sin prisas se aproximó a besarla con ternura, con desesperación, con pasión, con esa misma pasión que provoca la erupción de los volcanes y abrasa sus cuerpos encendiendo la llama de ese amor casi prohibido. No quiere separarse, su dulce presencia mitiga su agonía, mas el tiempo no le tiene piedad y el alba no tarda en llegar. La luna, con pesadez se desprende, sabe que se debe marchar, lo besa por última vez y se aleja devolviendo su puesto al sol, que con su figura implacable ya se asoma iluminando con sus rayos un nuevo amanecer.─Promete que mañana te veré otra vez.─Lo prometo ─le responde con voz trémula. Se resiste a marcharse, su cuerpo se va desvaneciendo volviendo a su forma real. Le mira saboreando aún los restos de sus besos, mientras sus pupilas se cristalizan. Se oye los primeros cantos de los pájaros y el ruido de los animales despertando, posando sus salvajes ojos en las brillantes figuras que se difuminan en la claridad del día, mas las miradas se dispersan y quedan ellos solos. Le sonríe y murmura una última promesa de eternidad, aunque bien sabe que no la volverá a ver jamás. Su pequeña mano toca por última vez la suya y entre destellos de luz se despide una vez más. En cuanto desaparece de su visión, el mundo cae de rodillas sin aguantar más la herida que no deja de sangrar. Sus pulmones están envenenados y su piel enferma, sus ojos irritados victimas del humo; en su rostro demacrado es visible el daño, sin embargo tuvo que soportar y sonreír, sólo por ella una vez más. ─Débil estás, sabes que ya no aguantarás ─susurrá la celestial voz del alba. ─Es cierto, pero debía sonreír una vez más… por ella, sólo por ella, por mi amada luna.─El último día ─dijo con voz cansada. ─Sí, ya es demasiado para mí. Con un último suspiro el mundo susurra su nombre. Cierra sus ojos dejándose caer en el césped respirando por última vez, en ese momento los mares rugen hundiendo las islas, los vientos se enfurecen levantando todo a su paso, la tierra se abre destrozando las ciudades, los volcanes explotan calcinando todo lo que se les interponga. Se escuchan muchos gritos de auxilio, mas nada concurre al llamado hasta que finalmente todo se vuelve silencio, el más amedrentador y triste de los silencios. La luna a lo lejos observa con una lágrima surcando su blanca cara. ─ Has muerto, finalmente has muerto… pero olvidaste que soy parte de ti y tú de mí. Eso es lo último que se le escucha decir, pues a partir de entonces la luna no volvió a salir.

Tercer puesto
Momentos

Por May Sagara
Un frío viento llegaba desde la costa, meciendo sus delicados cabellos que una vez fueron de color negro, los cuales negaba teñirse, prefería lucir sus canas, que prácticamente cubrían en su totalidad la melena que decoraba su cabeza, una que nunca en su vida sobrepasó los hombros. Sintió la brisa marina chocar con su pálido rostro, a pesar que se encontraba un tanto distante de donde las olas rompían en las rocas.Miró al frente y leyó por última vez la inscripción dorada sobre aquella piedra, no sabía cuántas veces lo había hecho desde que llegó, pero de las lágrimas que abundaban mientras caminaba, no quedaba más rastro que las marcas propias del trazado que aparecían al desaparecer. Se dispuso a marcharse, dejando el dolor que se aferraba a su corazón en aquel lugar, pero en cambio cayó de rodillas sobre el suave césped, con la cabeza baja, sus manos en la hierba y evitando que el agua salada saliera de sus ojos negros.Y entonces, recordó cuando lo conoció, hace tantos años ya, en su infancia, en la víspera de sus trece años, en la época que sus amigas comenzaban a cambiar, pero ella continuaba siendo una niña a la que no le importaba lo mismo que a las demás.Él entró por la puerta de su salón a mediados de año, su familia se acababa de mudar de la capital a la región, y habían decidido ponerlo en aquel colegio porque quedaba cerca de su hogar, y por los rumores, era uno de los mejores de la localidad. Ella se encontraba sentada en la mesa que le correspondía, con la espalda apoyada en la pared, con un pie colgando y el otro sobre su silla; sus compañeras a su alrededor hablaban de fiestas, chicos y maquillaje, nada que llamara su atención, así que dirigió su vista a la ventana, donde sus compañeros jugaban fútbol. Cuando la puerta se abrió de par en par, provocando que la mirada de todas se clavara en el chico de cabello castaño oscuro y corto, ojos del mismo color y bastante alto para la supuesta edad que debía tener.—Hola —les dijo a las únicas que se encontraban en el lugar—. ¿Éste es el séptimo B?—Sí —contestó una de ellas, mirándolo con curiosidad—. Me llamo Carola, ¿y tú? —preguntó haciendo un seña para que él se acercara.—Carlos —respondió con una sonrisa dejando ver un poco de sus dientes—. Es un placer —añadió observando a todas, quienes lo veían como un nuevo objeto con el cual divertirse, todas menos una, que apenas le movió la mano en señal de saludo y continuó viendo el partido que se llevaba a cabo en la cancha del establecimiento.El timbre sonó, indicando que todos los alumnos debían dirigirse a sus salones, ella se bajó del lugar en el que se encontraba y se sentó en la silla, con los codos sobre la mesa y apoyando su mentón en sus manos, en señal de aburrimiento. Mientras sus compañeras continuaban charlando con el chico nuevo, hasta que llegó la profesora, quien los mandó a sus lugares, y sin chistar, cada uno se dirigió a donde le fue señalado. Carlos caminó hasta la maestra.—Niños, hoy tenemos un nuevo compañero —dijo parándose frente al pizarrón y captando la atención de todos—. Él es Carlos Vicencio, espero que lo traten bien, y le den la misma bienvenida que al resto. ¿Quieres presentarte? —preguntó mirando al chico quien parecía algo desconcertado.—Como la profesora dijo, mi nombre es Carlos Vicencio —habló con voz fuerte y clara—. Vengo de la capital, por el trabajo de mi padre solemos cambiarnos de ciudad en ciudad frecuentemente, pero espero poder quedarme aquí para siempre, porque me encanta la playa…—Bien, con el tiempo podrás continuar hablando de eso con tus nuevos compañeros —interrumpió la maestra al ver que la timidez que mostraba el chico no era verdadera y la capacidad de hablar, al parecer, le quedaba muy bien—. Puedes sentarte en… —observó con atención el salón, y se percató que sólo quedaba un puesto libre—, junto con Amaya —señaló a la niña de cabello negro y melena, que levantaba la mano, para que él supiera quién era.—Hola —saludó al llegar junto al lugar asignado—. Me llamo Carlos —le sonrió al dejar sus cosas sobre la mesa.—Así escuché —contestó sin prestarle atención, fijando su vista al frente, donde la profesora comenzaba a hablar—. Tres veces.—Yo soy Cristina. —Una chica de adelante volteó para presentarse con una gran sonrisa—. Ella es Amalia —dijo haciendo referencia a su compañera de mesa.—¡Vaya! Hasta que al fin alguien se ha sentado contigo —exclamó la segunda en ser presentada, mirando a la compañera del chico nuevo.—Amalia —la voz de Cristina sonaba a reproche, clavando su fiera mirada en la mencionada, segundos antes que volviera a abrir la boca para decir alguna cosa, quizás, sin sentido—. Vas a asustar a Carlos. —Observó al chico que tenía una expresión de confusión y miedo.—Es mejor que sepa de una buena vez —refunfuñó para darse vuelta y prestar atención a las clases.—¿Aún no puedes olvidar que me eligieran a mí como candidata a reina de la Primavera? —preguntó con notoria burla Amaya, la chica a quien se dirigía clavó con rapidez su mirada en ella—. No me culpes a mí, yo dije que no quería nada de eso, fueron tus compañeros quienes decidieron. Y yo que pensaba que ustedes eran maduras —recalcó la última palabra, ya que ellas se jactaban siempre lo bien que estaban llevando esa etapa de sus vidas, y que todas las niñerías habían quedado atrás, muy atrás.—Soy lo suficientemente madura —refutó Amalia— como para dejar de jugar con muñecas…—En ese caso yo lo soy de nacimiento —interrumpió con carcajadas Amaya—, nunca jugué con tales cosas.Su nuevo compañero de mesa la siguió con las risas, provocando que ambas chicas lo miraran con asombro, y que Cristina, quien se mantenía en silencio y ocultando la risa que imploraba por salir luego de lo dicho por Amaya, se apagara por completo.—¿Qué pasa allá atrás? —La voz de la profesora los obligó a ponerle atención al instante—. ¿Quieren contar el chiste a toda la clase?—En el receso —contestó Amaya con seriedad, logrando así que el resto de sus compañeros soltara pequeñas risas, y la maestra la mirara con el ceño fruncido.El chico junto a ella la miró con curiosidad, mientras el resto volvía a retomar la atención a quien intentaba impartir los conocimientos otorgados después de años de estudio. Al principio pensó que era una de esas niñas tímidas que apenas hablaban, ¡qué equivocado estaba!Entre los versos de Gabriela Mistral, que tan afanosamente enseñaba la profesora, la hora de Lengua pasó con rapidez, hasta que el timbre indicó que era tiempo de un descanso, y entonces todos, sin excepción, se pusieron de pie y arreglaron sus cosas para salir por unos minutos del aula.—¡Yaya! —gritó uno de los chicos al caminar hacia la mencionada—. ¿Vas a ir al partido el sábado?—Yo creo —contestó Amaya mientras terminaba de dejar sus lápices en el estuche—. Si es que no me obligan a hacer otra cosa.—¡Oye!, el sábado es mi fiesta de trece años, será la primera que haga —Cristina tomó la palabra con molestia—. ¿Acaso mi mejor amiga me pretende abandonar el día más importante de mi vida?—El partido es a las 16:00 horas, terminará a lo mucho como a las 17:30 horas —la miró con reproche—. Tu fiesta es desde las 20:00 horas, en todo ese tiempo que hay entremedio, alcanzo a estar lista. Además, vivo a dos cuadras de tu casa.—Que no se te olvide que yo también iré, ¿eh? —interrumpió el chico que había llegado a hablar con Amaya.—Esteban, no has saludado a Carlos —dijo Cristina con una sonrisa, ella era la presentadora oficial.—¡Oh! Disculpa —exclamó pasando su mano izquierda por su cabello negro, como el de Amaya, y extendía su mano derecha al chico nuevo—. ¿Qué tal? Me llamo Esteban.—Carlos —contestó, chocando sus manos para terminar con un fuerte apretón.—¿Te gusta el fútbol? —preguntó, era hora de ir al patio a jugar o lo dejarían fuera.—¡Claro! ¿A quién no? —respondió con una sonrisa y efusivamente.—A ellas —señaló al grupo de chicas que conversaba animosamente sentadas en las sillas.—Cristina, vamos a comprar —dijo Amaya al pasar por atrás de Carlos y salir al pasillo.—Vamos. —Su amiga avanzó hasta ella y salieron del salón hablando de la vida.—Pero hay una excepción —Esteban caminó hasta el chico nuevo y le pasó su brazo por la espalda, hasta dejar su mano en el hombro de éste—. Y ésa es mi Amaya —suspiró—. Vamos a jugar, amigo.Ambos fueron con sus demás compañeros a la cancha, mientras las chicas continuaban hablando de lo mismo de siempre en aquella reunión, pero esta vez el plato principal era el nuevo, a quien Carola y Amalia, ya miraban de manera diferente.La semana pasó en un abrir y cerrar de ojos, y cómo no, si tenían clases prácticamente todo el día, desde la mañana a la tarde. Carlos fue invitado al partido que se realizaba todos los segundos y cuartos sábados del mes, en los que participaban los colegios de la zona, para llegar a dos clasificados que irían a la competencia por región y luego por país. Y también esperaban su presencia en la fiesta de Cristina, la primera que celebraría una gran parte del curso.El día tan esperado llegó, y tal como dijo Amaya, después del partido —que resultó ser un triunfo para el equipo de sus compañeros—, se arregló y dirigió a la casa donde se llevaría a cabo la fiesta, con un enorme oso de peluche que portaba una corbata roja colgando de su cuello; conocía muy bien a su mejor amiga y sabía a la perfección que ese regalo la haría saltar de felicidad. Tenía bien claro que se aburriría, pero tal y como dijo Cristina, no la dejaría sola en su día más importante de lo que llevaban de vida, así que con un suspiro cruzó la puerta de entrada a la casa de su amiga y caminó hasta encontrarla. Con un gran abrazo y un beso le entregó su regalo, el cual abrieron en la habitación de la dueña de casa, sin que nadie las interrumpiera. Y fue como lo imaginó, la niña saltó de felicidad a su lado, y sus ojos brillaban contentos.Cuando llegaron a la sala, Amalia y Carola se encontraban charlado y tomando gaseosas junto a Esteban y Carlos, que al parecer se habían relacionado de lo más bien luego de ser presentados el primer día; cuando vieron a Cristina y Amaya corrieron a saludarlas, fueron los últimos en llegar, ya que Esteban decidió ir a buscar a Carlos, ya que éste no conocía los alrededores. Saludaron a ambas con un beso en la mejilla, pero Esteban tomó a Amaya y la abrazó con fuerza, llevándosela a un lado, donde no hubiera tanto ruido, dejando con una mirada extraña a Carlos.—Me voy a quedar a dormir en tu casa —le dijo una vez que estuvieron en un lugar más tranquilo—. Ya les avisé a mis papás.—No —contestó frunciendo el ceño—. La última vez me rompiste varias cosas y mi cama, y tu olor no se fue por semanas —puso cara de asco al recordarlo—. No y no.—Ahora también estás avisada. —Se dio la media vuelta y se marchó a donde se encontraba la improvisada pista de baile, dejando a Amaya con los puños apretados.Decidió salir al jardín, ella no era para los bailes, quizás en un futuro, pero en esos momentos quería disfrutar de su niñez y crecer tan rápido no estaba en sus planes. Se acostó en el césped mirando al cielo, le encantaba ver las estrellas.Carlos la vio dirigirse a la entrada de la casa, y por el ventanal observó cuando se dejó caer sobre la hierba, justo en el momento en que Esteban llegaba, y le hizo recordar que Cristina se encontraba a su lado, hablándole de algo que no escuchó nada.—Un segundo aquí y ya la espantaste —gruñó la chica mirando al que recién llegaba.—Calma, calma, que sólo le daba un aviso —se defendió, moviendo sus manos en señal de negación frente a la cara de Cristina.—Ahora ya no disfrutará de mi fiesta —reclamó haciendo un puchero.—No lo haría de todas formas —se burló con carcajadas—. La conoces tan bien como yo y sabes muy bien que si está aquí, hoy, es sólo por ser un día especial para ti. Agradece que por lo menos se presentó.—Eres insoportable —fue lo último que dijo y se marchó junto al resto de las chicas de su salón.—Con razón mi hermano dice que las chicas son un problema —suspiró mirando a Carlos, quien se había mantenido callado todo el momento, más que nada porque no sabía qué decir—. Por eso yo no cambio, ni cambiaré mi amado fútbol.—¡Qué dices! —exclamó con voz algo fuerte, por el ruido reinante—. Si estás enamorado de Amaya.Su amigo, frente a él, se echó a reír a carcajadas, de tal manera que se apretaba el estómago por el dolor que le causaba. Carlos, por otro lado, lo miraba con el ceño fruncido sin entender el motivo por el cual Esteban se encontraba así.—De verdad no te das cuenta de nada —dijo una vez que estuvo más calmado.—No estoy entendiendo —contestó algo irritado, no le gustaba que se burlaran de él, y menos en su cara.—¿Nunca has escuchado cuando nos nombran en la lista? —preguntó todavía divertido—. ¿No te has fijado que tenemos los mismos apellidos?—No —respondió con mirada perpleja—. Es decir que, ¿son hermanos? No se parecen en nada.—¡Hermanos! —exclamó y volvió a estallar en risas—. No, no, no —se le entendió, entre jadeos—, somos primos, por las dos familias —habló bastante calmado—. No sé muy bien la historia, tampoco me interesa, pero mi mamá es hermana de su papá y el mío es hermano de su mamá.—¡Ah! Ya entiendo —sonrió al tener todo claro en su cabeza.—Carlos. —La voz de Carola, tras él, hizo que diera un salto—. Vamos a bailar —tomó su mano y lo arrastró a la pista de baile improvisada en medio de la sala.—Ésta no pierde tiempo —musitó Esteban mirando a su nuevo amigo, moviéndose al compás de la música que el DJ, contratado por su amiga, había elegido, un poco de Pop—. Y yo tampoco —sonrió—. ¡Cristina!Su vista estaba fija en el firmamento, que de a ratos cubría una que otra nube pasajera, indicando que la primavera se acercaba, si la fecha del cumpleaños de su amiga hubiera sido un poco antes, quizás no podría estar acostada de esa manera en el césped, la lluvia invernal alejaría a todos.—¡Yaya! —escuchó que le gritaban, se sentó y buscó la voz—. ¡Yaya!—¿Qué? —preguntó al ponerse de pie y caminar a la puerta de entrada.—Ven a jugar con nosotros. —Quien hablaba era uno de los niños pequeños que vivía en los alrededores.Amaya solía jugar con ellos casi todas las tardes, y se divertía bastante, mucho más que con las aburridas conversaciones de sus compañeras de clase. No lo pensó dos veces y salió a la calle, donde un grupo de siete niños y dos niñas la esperaban. Los saludó, como siempre, con un choque de manos y empezaron a ponerse de acuerdo a qué jugarían. Cuando los minutos comenzaron a pasar, y no habían llegado a un concilio, Amaya tomó la palabra y organizó un mini partido de fútbol, de cinco por lado. En eso apareció el pequeño hermano de su amiga, a quien no dejaban salir por ser el día especial de Cristina, pero se arrancó como pudo y se unió al grupo, y al quedar disparejos, optaron que Yaya, al ser mayor, contaba por dos.Dividieron los grupos, y la pelota rodó por el suelo y voló por el cielo, hasta que cayeron exhaustos pidiendo algo de beber, así que cada uno partió para su casa en busca de algún líquido que apaciguara su sed. Amaya y el pequeño dueño de casa entraron a donde estaba la fiesta, y caminaron intentando pasar desapercibidos hasta la mesa de las gaseosas, donde ella llenó dos vasos.—¿Quieres bailar? —Una voz en su espalda provocó que diera un respingo al momento de tragar, se volteó y observó con el ceño fruncido a quien le hablaba.—Organicé un mini partido de fútbol —contestó sin darle importancia a la pregunta de Carlos—. ¿Quieres jugar?—Claro —dijo con una sonrisa que fue respondida por ella. Desde que llegó le apetecía bailar con Amaya, y ya estaba cansado de ser jalado por Carola y Amalia de un lado a otro.La niña tomó de la mano al hermano de su amiga, y salieron tal y cual habían entrado, pasando desapercibidos; en cambio Carlos tuvo unos cuantos problemas, porque apenas Carola lo vio solo, corrió a agarrarse de su brazo y jalarlo para la pista de baile. El chico, astutamente, le dijo que debía ir al baño, pero en vez de eso, apenas la chica lo dejó de mirar, se agachó y pasó por debajo de la mesa de las gaseosas y salió por la puerta de entrada, avanzando rápidamente hasta llegar donde se encontraba Amaya con los otros niños.A los pocos minutos de estar pateando el balón, cayó en la copa de un árbol, todos miraron con estupor el lugar que adornaba, Amaya se pasó las manos por el cabello, algunos niños golpearon con sus pies el suelo, y otros se dejaron caer sentados en la berma.—¿Ahora qué hacemos, Yaya? —preguntó el hermano de su amiga que se mantenía junto a ella.—Ir por la pelota —musitó mirando la altura en que se encontraba.—¡Estás loca! —exclamó algo asombrado, observando a la niña que parecía decidida.—¿Qué propones? —Se dirigió a él y arqueó una ceja.—Cuando nos pasaba esto, allá en Santiago —comenzó a relatar sin quitar su vista de los ojos negros de ella—, lanzábamos pequeñas piedras hasta que se cayera.—¿Qué dice el resto? —Suspiró mirando a los niños—. ¿Le hacemos caso al niñito de la ciudad?—¡Sí! —respondieron todos al unísono, lanzar piedras era algo que no acostumbraban a hacer, y que se lo permitieran no les venía nada mal—Entonces vamos por piedras —sonrió con triunfo Carlos—. Que no sean ni muy grandes, ni muy pequeñas.Varios minutos les tomó recolectar aquellas pequeñas rocas, hasta que el de la idea dijo que eran suficientes. Les mostró cómo debían arrojarlas, porque si lo hacían a lo tonto y a lo loco, quizás terminarían rompiendo todo y la pelota seguiría donde mismo. Luego de la instrucción, se dispusieron a bajar su instrumento de juego.Mas, sin darse cuenta, todo se transformó en una competencia entre los dos mayores, que en vez de querer bajar el balón, veían quien lanzaba la piedra más alta; los pequeños, al darse percatarse de aquello, retrocedieron unos pasos y observaron entre risas, diciendo que a Yaya nadie le ganaría.Nadie supo cómo, ni de quién fue la pequeña roca que se estrelló contra un vidrio de la casa vecina a donde se desarrollaba la fiesta, justo en el momento en que Amalia salía a mirar donde se encontraba Carlos. Ambos niños se miraron, él le dirigió una mirada cómplice que ella contestó con una sonrisa y, desde ese momento, supieron que sus vidas estaban entrelazadas.—¡Amalia! —gritó Carlos, mientras Yaya salía corriendo con los otros niños.—Dime —respondió con alegría caminando rápidamente hacia él.—Necesitaba hablar un momento contigo, solos —dijo apresuradamente—. Pero primero debo ir por unas cosas adentro —le guiñó un ojo, cuando la chica asintió—. Espérame, ya vengo.La dejó afuera de la casa con el vidrio roto y para apaciguar la espera, Amalia decidió tomar una piedra y ponerse a jugar con ella, lanzándola al aire. Tan concentrada estaba, que no se dio cuenta que el dueño de la vivienda afectada salió y la tomó del brazo, culpándola del hecho acaecido.Un poco más lejos, observando entre risas, se hallaban en resto de los chicos, sin perder de vista en ningún momento el regaño que recibió su compañera, que entre sollozos y lágrimas, musitó su inocencia.Aquello no fue más que el inicio de una bella y larga amistad, varios acontecimientos le siguieron, entre ellos uno de los más importantes era el vals que solían danzar la pareja elegida como reyes de la Primavera; lamentablemente, Amaya no resultó ganadora, y quien compartía su lado era su primo Esteban. Aún así, bailó, pero con Carlos, mostrando la delicadeza, elegancia y gracia, regalándole una gran sonrisa a quien la sostenía con firmeza en sus brazos; aprendiendo a disfrutar de un baile junto a su compañero de clases.Sus labios reflejaron su felicidad al recordar aquello, pero no se levantó y continuó mirando la inscripción, deseaba seguir allí a pesar que ya todos se habían marchado, pocas cosas le importaban y quería recordar, como aquella vez, cuando la corona de reina sí se posó sobre su cabeza y la banda de rey, en diagonal cruzando desde el hombro hasta la cintura de Carlos, resultaron ganadores del año en que ambos cumplían dieciséis, una época que trajo grandes cambios en sus vidas.Con el ritmo de “Bajo los cielos de París”, vals elegido para el momento de coronación, ella decidió dar el primer beso a su querido compañero, ya no sólo de mesa, sino que de juegos y todo lo que se le ocurriera. Él sorprendido y eufórico, respondió, demostrándole que sus sentimientos eran iguales a los que Amaya le profesaba.Desde ese día, se volvieron novios, cosa que sus amigos más cercanos esperaban que ocurriera en cualquier momento, pero ninguno de ellos daba su brazo a torcer y decidirse por el primer paso, que al final salió a la luz mientras bailaban. No se separaron a partir del instante en que quebraron el vidrio y menos lo harían en el futuro.Varias adversidades se les cruzaron en el camino, todas las lograron superar, unas más difíciles que otras, como aquella vez cuando debieron elegir si separarse y continuar cada uno con su camino universitario, o hacer lo posible por quedar juntos y cerca. Ella logró entrar a una de las mejores en lo que se refería a Arquitectura, en la capital del país, mientras que él debía ir al norte para seguir con lo que amaba, Biología marina. Al final optaron por ir a la universidad nortina, donde también impartía lo que ella deseaba y luego realizaría un curso en la capital para aumentar su título.Las lágrimas se atiborraron en sus ojos queriendo salir y, esta vez no lo impidió, todo lo contario, las gruesas gotas saladas corrieron por sus mejillas, perdiéndose en su cuello, y allí se quedó, pensando en su último baile, que ocurrió hace unos cuantos meses atrás, cuando el mayor de sus hijos contrajo matrimonio.Recordaba de rodillas en el césped, mientras tarareaba su último vals, el mismo bailado cuando salieron reyes de la Primavera; ella le había pedido a su hijo que debía ser el que pusieran en el primer baile de los novios y él, buen hijo como siempre, obedeció.Carlos ofreció su mano a Amaya y la llevó al centro de la pista una vez que su hijo la soltó y danzaron al ritmo de la música igual que la primera vez, pero con el amor que sintieron en la segunda. Y así continuaron hasta que varias canciones pasaron.—Déjame bailar contigo, la alegría linda del último vals, amor, amor, amor. —Susurró en su oído la letra de la melodía que sonaba en ese instante.Ella simplemente lo aferró con fuerza apoyando su cabeza en su hombro, hace poco a su amado esposo le habían detectado cáncer, lamentablemente demasiado tarde, cualquier momento podría ser el último. La pasaron bien, se divirtieron a lo grande, recordaron cuando sus pequeños eran unos niños y ahora ya todos crecidos, uno se aventuraba a la vida de casados y los otros dos, seguirían con sus estudios. Se tomaron de las manos y decidieron salir a mirar las estrellas, sentados en el balcón de su casa, escuchando las olas romper con las rocas.Pocos meses después, él dejó este mundo y también una gran pena y desconsuelo en quien lo amó por tantos años a través de toda su vida. Algo que pasaría sólo cuando ella volviera a sus brazos.Momentos fueron los que vivieron, tal vez pocos, quizás demasiados. Bellos e irremplazables, sin duda; se recordarían por siempre, sin importar la barrera que les pusieran, eso era obvio.Se levantó y miró el anillo con el nombre de Carlos Vicencio grabado en su interior. Sonrió, lo sacó y colgó en una gruesa cadena de plata, en donde había otro, pero con su nombre, y los dejó juntos, luciéndolos en su cuello. Unos pasos sintió tras de sí, su hijo menor venía por ella para alejarla de donde descansaba el amor de su vida, un lugar del que no volvería a moverse.Limpió su cara, volteó y caminó al lado de su hijo sin borrar aquella sonrisa, una que aparecía cada vez que recordaba la manera en que él le pidió matrimonio.—¿Te casas conmigo? —preguntó con nerviosismo. A sus cortos veintitrés años era un gran paso, y el ambiente que lo rodeaba, un mirador costero bañado por la iluminación de las estrellas, lo hacía especial.—¿Plancharás, lavarás, cocinarás y harás lo que se me venga en mente? —Sonrió satisfecha, clavando sus ojos en él, quien asintió con una gran sonrisa dibujada en su rostro—. Entonces, podemos discutirlo.
Fin

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