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viernes, 30 de abril de 2010

Ganadores de Febrero

Frase
Shika
Te crees de piedra pero el agua te ha convertido en arena

Poesía
Shika
Consuelo

Mis ojos desean tu rostro,
Espero llegar a soñarte
Te encuentro en mis nubes y pienso
Las ganas que tengo de amarte.

Comienzo a añorar a tus ojos
Y trato de hallarte en el cielo
Te encuentro perdido en las nubes
Bendices con lluvia la tierra.

¿Por qué llora la razón de mi existencia?
¿Por qué endulzas con lágrimas tu boca?
¿Por qué tientas a mis labios a besarte?
¿Por qué tienes esos tristes pensamientos?

Tus razones desconozco,
Sólo tu llanto he visto bien.
Deseo quitarte esa pena,
Deseo llenarte de bien.

Si pudiera llevar tu alma a pasear
Para que vieras el amor que te puedo dar
Si entendieras que las penas siempre se van
Si conocieras que mis penas por tí duran más.

Te abrazo fuerte y aún lloras más,
Beso tu frente y comienzas a suspirar,
Me cuentas tu dolor y tu karma,
En silencio te quedas esperando mis palabras.

Si tuviera algo que decir
Sólo puedo llorar a tu lado,
Si tu sufrimiento se calmara con mi voz
Te cantaría hasta que sangre mi garganta.

Pero tú no me necesitas,
Necesitas su mirada.
Mi consuelo sólo sirve para calmar un poco las ansias.
Me agradeces al oído y te levantas bien despacio,
Te marchas lentamente y yo sigo tus pasos.

El cielo dejó de llorar,
Mi alma se empieza a inundar.
Desearía poder calmarte,
Desearía no necesitarte.
Eres más fuerte que yo
Sólo puedo añorarte.

Relato
Shika
Ojos de Luna

Luna. Así era el nombre de esa personita tierna que enamoraba las tardes de Franco. Ella emitía luz propia, iluminaba cada segundo de la vida de Fran, llenaba de sueños las noches en vela, secaba las lágrimas, robaba sonrisas. Así era ella. Así es ella.
Franco adoraba su rojo cabello y sus verdes ojos llenos de luz e inocencia. Siempre aguantaba las ganas de besarla, de decirle que la amaba… pero esa tarde calurosa de enero en la que llovía, ella estaba “tan hermosa, tan simple, tan…” (pensaba él), que no pudo resistirse.

Luna quiso salir a caminar bajo la lluvia. Y Franco, que nunca le decía que no, la acompañó. El parque detrás de su casa era bellísimo, estaba lleno de flores y árboles. Luna adoraba ir allí a pasar las tardes en las que no tenía nada que hacer. Y justamente una de esas tardes, Franco estaba allí.

Ella levaba puesto un vestido color crema que le llegaba hasta las rodillas. Su pelo ondulado y carmesí se había mojado, pero eso la había hecho mucho más hermosa. Una sonrisa picara iluminaba su rostro, ya que caminar bajo la lluvia era algo que le daba satisfacción, y además sentía que rompía una de esas tantas reglas que su padre le imponía: “No salgas a jugar bajo la lluvia”… pero esos tiempos habían cambiado.

-Fran – Dijo ella mirándolo a los ojos mostrando algo de duda.
-¿Qué pasa Lunita?
-No me digas así – le reprochó sonriendo. – ¿Querés sentarte bajo ese árbol, es mi…?
-Favorito – dijo él que ya había oído esa frase miles de veces.
-Sí, bueno… eso – dijo algo avergonzada. – ¿Vamos?

Se sentaron bajo el árbol. La lluvia recorría las hojas y caía sobre sus cabezas, resbalando luego en sus rostros. Eso amaba Luna, la frescura de la lluvia, la simpleza del llanto del cielo.

Hablaron durante mucho tiempo. Ya había dejado de llover y un rayito de sol se asomaba indicando que pronto sus ropas se secarían. La dulce joven se apoyó en el tronco del árbol y miró hacia el cielo. Franco, ese muchacho de ojos color miel y cabello azabache, la miró casi hipnotizado admirando su belleza natural, especial, única. Él se acomodó a su lado y sus brazos quedaron pegados.

-¿No es hermoso el cielo? – Comentó ella.
-Sí. Lo es. Pero hay algo más hermoso.
Ella se dio vuelta algo dudosa y lo miró fijamente.
-¿Qué?
-Tus ojos. – Dijo Fran si poder contenerse, deleitándose con la luz que esas dos estrellas emitían.
La chica se sonrojó. Lo codeó como hacía siempre que él bromeaba.
-Luna.
-¿Qué? – Respondió ella, esta vez sin mirarlo.
-No fue un chiste.
Ella bajó la cabeza y observó por unos segundos el verde pasto de su jardín mojado ahora por la lluvia. No sabía qué decirle. ¿Por qué le hacía eso? Cada día lo soñaba y pensaba, deseaba que él simplemente no la viera como la niña amiga de toda la vida… y ahora, jugaba con eso. Para Luna lo más hermoso no era el cielo, sino la mirada de Franco, pero ¿Cómo podía su amigo jugar ese juego, cómo podía crear una pequeña ilusión sostenida por un chiste?
-Mirame Lu.
Ella accedió. Muy lentamente levantó su mirada hacia él.
Franco no pudo evitar sonreír. ¡Qué tierna era! Su inocencia lo derritió.
-No juegues conmigo Fran, ya basta.
-¿Qué no juegue contigo? Yo no estoy jugando. Mira tu reflejo en mis ojos y verás lo hermosa que estás hoy, lo tierna que te ves. Me río porque no puedo comprender cómo puede haber alguien así. Los ángeles existen, sí. Y aquí a mi lado tengo al más hermoso de todos ellos.
A Franco no le importaba confesar todo. La emoción estallaba en su pecho y no iba a contenerse, ya no más.
Corrió el pelo mojado de Luna hacia un costado acariciando suavemente su mejilla.
-Me encantaría que me digas algo Lu.
-Yo… - ¿Qué podía decirle? “No podría ver mi reflejo en tus ojos porque al instante en que me encuentro con tu mirada me pierdo en un mundo irreal donde sólo existes tú.” No, no era eso lo que quería decirle.
No la dejó pensar más y tomó su rostro delicadamente posando sus labios sobre los de ella. Se rozaron por unos segundos sintiéndose cerca, recordando lo que alguna vez soñaron. Hasta que sus corazones dijeron “basta” y se fusionaron en el beso más dulce que el cielo había contemplado jamás.
Separarse fue costoso, sus almas se necesitaban y llamaban, pero al mirarse nuevamente se perdieron en sus mundos donde solamente el otro existía. Y aunque allí no hubiera besos, estaban unidos.
-Franco… yo…
-Te amo Luna. Quizás podría decir que sos la persona más hermosa, buena, tierna y pura que conozco, podría decir que hace mucho que te miro y me pierdo en tus ojos verdes, en tu mirada llena de luz, que tu sonrisa es mi felicidad, que tus lágrimas son como ácido en mi corazón, que tus labios son néctar para los míos, que necesito de tu calor, de tu amor, de tu piel a cada segundo, todos los días. Que me paso las horas pensándote, soñándote… - Franco respiró hondo. Luna lo miraba atenta y su corazón latía a una velocidad increíble. - ¿Para que decir todo eso si un “te amo” encierra mucho más?
-Fra…
-Shh – La interrumpió él posando un dedo sobre los labios de ese pequeño ángel. – No importa Luna. No me gusta verte vacilar. Sigue contemplando al cielo, que después de tus ojos y todo lo relacionado a ti es lo más hermoso.
Ella quitó su mano suavemente.
-No me oirás vacilar. – Se detuvo un momento y sintió como se fusionaban sus miradas. – Te amo.
Franco pensó que ningún corazón había ido tan rápido como estaba latiendo el de él en ese mismo instante.
Luna acarició su rostro y lo besó de nuevo.

El sol secó sus ropas y trajo nuevamente calor en el jardín. La lluvia volvió al cielo hecha vapor, llena del amor que ellos dos se dieron en verano.

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